«Pero Er, primogénito de Judá, desagradaba al Señor, y el Señor lo hizo morir. Entonces dijo Judá a Onán: «Cásate con la viuda de tu hermano, cumpliendo con tu obligación de cuñado, y procúrale descendencia a tu hermano». Pero Onán, sabiendo que la descendencia no iba a ser suya, cuando cohabitaba con la viuda de su hermano, derramaba por tierra, para no procurar descendencia a su hermano. Desagradó al señor lo que hacía y lo hizo morir también.»
Génesis 38:7-10
Sabemos, desde la más tierna infancia, que la masturbación es un tema tabú en nuestra sociedad. A medida que crecemos, descubrimos que esto se debe a la ortodoxia cristiana. Pero ¿por qué? ¿Qué tiene la religión en contra de un acto tan natural y, aparentemente, inofensivo?
El pasaje de la Biblia que se cita al principio es conocido como el Mito de Onán, que da origen a lo que hoy conocemos como onanismo (llamémoslo autosatisfacción). En este mito, Onán practicaba el coitus interruptus al tener relaciones sexuales con su cuñada, para asegurarse de no embarazarla. Pero Dios lo maldijo y lo mató por ello, puesto que la Ley judía vigente indicaba que, en caso de que la mujer enviudase, su cuñado debía casarse con ella y procrear, para asegurar una descendencia y un hijo que viese por ella, ya que que las mujeres no podían tener posesiones.
Por tanto, este pasaje fue usado por autores católicos medievales para refefir el "derramamiento de la semilla" (masturbación, coitus interruptus...) como un pecado, puesto que el hombre está designado por Dios para procrear, y cualquier cosa que se desvíe de ello es contravenir el designio divino.
Aquí que cada uno saque ya la conclusión correspondiente, yo cierro la entrada con otra cita. Esta es de Clemente de Alejandría, y aunque no hace referencia directa al mito de Onán, sí se deja entrever.
«Debido a su institución divina para la propagación del hombre, la semilla no debe ser eyaculada en vano, ni dañada ni desperdiciada.»
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