El potlatch es, a grandes rasgos, un sistema de intercambio de bienes. Era practicado por las tribus de la costa norte del Pacífico en Norteamérica, como los tlingit, los salish y los kwakiutl en los estados de Washington y de la Columbia Británica, y los tsimshian en Alaska. Hoy en día, aún hay tribus que lo practican.
Y la entrada podría quedar aquí, pero lo cierto es que el potlatch es algo mucho más profundo que un simple intercambio de bienes: es un intercambio de prestigio social. Pongamos un ejemplo muy sencillo: un miembro de la tribu A decide organizar un potlatch. Habla con su comunidad, y entre todos reúnen los excedentes de comida, mantas o piezas que no vayan a utilizar, o de los que puedan prescindir a corto plazo. A continuación, invitan a un festín a la tribu B, y les regalan todos esos bienes. Pero claro, la cosa no va de gratis. Los miembros de la tribu A han obtenido un reconocimiento y un prestigio. Y, cuanto más grande sea el regalo entregado, más prestigio. Por otra parte, los miembros de la tribu B se sienten con la necesidad de devolver el favor, organizando otro potlatch para invitar a la tribu A cuando su economía se lo permita.
Todo esto está basado en una economía que, si bien algunos tachan de derrochadora, otros la califican como ecológica: una forma de adaptarse a los periodos de abundancia y escasez. Cuando una tribu tiene abundancia de (por ejemplo) salmón, invita a un potlatch a otra tribu que está pasando por una época de escasez. Ambas tribus obtienen un beneficio -salmón o prestigio-, y se establece un vínculo entre ambas, de forma que entre ellas se ayudarán a equilibrar los periodos en los que falte alimento o bienes. Además, a título de curiosidad, el prestigio también es un bien a intercambiar: cuando se hacen regalos se gana prestigio, el cual se pierde al tener que aceptar regalos, y varía de forma proporcional al valor de los regalos.
sábado, 29 de noviembre de 2014
viernes, 21 de noviembre de 2014
Diálogo con Machado
Caminante, son tus huellas el camino, y nada más.
No existe más camino que el tuyo, y para ti.
Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar.
Nadie ha hecho el camino por ti, y no esperes que nadie lo haga. Te corresponde a ti esa tarea.
Al andar se hace camino,
y tú eres el único responsable del mismo,
y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
Podrás inspirarte y podrás inspirar, pero nunca nadie seguirá tu camino. Es único, y personal. No obligues a nadie a seguirlo, ni te obligues a seguir caminos ya marcados.
Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar.
Tan efímeros son los caminos de la vida como rastros en el agua. A tu paso desaparecerá el camino, para dejar el lienzo en blanco, de forma que otros puedan dibujar libremente los retazos de su propia vida.
No existe más camino que el tuyo, y para ti.
Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar.
Nadie ha hecho el camino por ti, y no esperes que nadie lo haga. Te corresponde a ti esa tarea.
Al andar se hace camino,
y tú eres el único responsable del mismo,
y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
Podrás inspirarte y podrás inspirar, pero nunca nadie seguirá tu camino. Es único, y personal. No obligues a nadie a seguirlo, ni te obligues a seguir caminos ya marcados.
Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar.
Tan efímeros son los caminos de la vida como rastros en el agua. A tu paso desaparecerá el camino, para dejar el lienzo en blanco, de forma que otros puedan dibujar libremente los retazos de su propia vida.
lunes, 10 de noviembre de 2014
¿Me cuentas un cuento?
Dijo Jorge Bucay que "los cuentos sirven para dormir a los niños, y para despertar a los adultos", y hay cuentos que lo demuestran de una forma muy evidente. Un claro ejemplo es El Principito. Todos, sin excepción, tenemos a un Principito dentro de nosotros. A algunos les avergüenza enseñarlo, otros ni siquiera saben -o quieren saber- que está ahí. Pero hay una parte de nosotros que, a lo largo del libro, se refleja en este pequeño personaje que, literalmente, se ha caído de las nubes, y que se opone al pragmático protagonista. Pero qué mejor ejemplo que algunos extractos del libro:
"-¿Y qué haces con esas estrellas?
-¿Qué hago?
-Sí.
-Nada. Las poseo.
[...]
-¿Y para qué te sirve poseer las estrellas?
-Me sirve para ser rico.
-¿Y para qué te sirve ser rico?
-Para comprar otras estrellas."
"Si los dos millones de habitantes de la Tierra se tuviesen de pie y un poco apretados, como en un mitin, podrían alojarse fácilmente en una plaza pública de veinte millas de largo por veinte millas de ancho. Podría amontonarse a la humanidad sobre la más mínima islita del Pacífico.
Las personas grandes, sin duda, no os creerán. Se imaginan que ocupan mucho lugar. Se sienten importantes, como los baobabs."
"Lo esencial es invisible a los ojos. El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante. Los hombres han olvidado esa verdad, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado."
"-¿Y qué haces con esas estrellas?
-¿Qué hago?
-Sí.
-Nada. Las poseo.
[...]
-¿Y para qué te sirve poseer las estrellas?
-Me sirve para ser rico.
-¿Y para qué te sirve ser rico?
-Para comprar otras estrellas."
"Si los dos millones de habitantes de la Tierra se tuviesen de pie y un poco apretados, como en un mitin, podrían alojarse fácilmente en una plaza pública de veinte millas de largo por veinte millas de ancho. Podría amontonarse a la humanidad sobre la más mínima islita del Pacífico.
Las personas grandes, sin duda, no os creerán. Se imaginan que ocupan mucho lugar. Se sienten importantes, como los baobabs."
"Lo esencial es invisible a los ojos. El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante. Los hombres han olvidado esa verdad, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado."
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