
Corría el año 1943. Hofmann, guiado por un presentimiento, volvió a trabajar sobre las propiedades del LSD. Mientras volvía a sintetizar el compuesto, comenzó a sentirse algo mareado y tuvo que dejar el trabajo. Al llegar a su casa y tumbarse, comenzó a sentir lo que identificó como una sensación similar a la ebriedad, pero sin malestar, lo que asoció a que había absorbido una pequeña cantidad de LSD por vía cutánea.
Tres días más tarde, el 19 de abril, Hofmann ingirió a propósito 250 microgramos de LSD, para estudiar su reacción. Debido a su experiencia con otros compuestos de ese tipo, pensó que esa podía ser la dosis mínima (error: esa dosis, hoy día, está fijada en... ¡20 microgramos!). Menos de una hora después ya empezó a sentir los efectos: intensas y repentinas alteraciones de la percepción. Debido a esto, pidió a su ayudante que lo acompañase a casa en bicicleta, ya que los vehículos a motor estaban prohibidos por la guerra. Llegó a su casa sano y salvo, donde terminó los dos viajes (el de la bicicleta y el del LSD).

Y así nació el día de la bicicleta, gracias al LSD y un profesor con mucho humor.
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