-Profesor, hace unos años salí con un chico, y este me hizo daño. Desde entonces, no me atrevo a salir con otro chico. ¿Por qué?
-Querida Sofía, ¿sabes quién es Sigmund Freud?
-Sí, lo estudié en filosofía el año pasado. ¿Qué tiene que ver con el chico del que te hablo?
-Verás como sí. Supongo que te acordarás de que Freud separaba la mente de una persona en tres partes: yo, ello y superyo.
-Algo recuerdo...
-El yo está situado en la parte consciente, y conforma nuestra personalidad, nuestros recuerdos. Este yo se ve influido por el ello, que contiene los deseos más primitivos (principalmente sexuales), y por el superyo, que contiene todas aquellas cosas que han sido reprimidas en nuestro pasado. El ello y el superyo se sitúan en la parte inconsciente (o subconsciente, como se la llama también), por lo que no están presentes en nuestra consciencia. Hablando en plata: no lo recuerdas normalmente. Conscientemente, claro.
-¿Insinuas que lo recuerdo sin saber que lo recuerdo?
-Básicamente, veo que lo vas cogiendo. El superyo es una de las influencias del yo (junto al ello), y todas las situaciones traumáticas que has pasado se almacenan ahí, en el superyo, y condicionan cada una de las decisiones que has de tomar. Un niño al que de pequeño le pegaban en su casa por hablar de motos, por ejemplo, tendrá de mayor un temor irracional a hablar de motos. Alguien, como es tu caso, que haya sufrido un desengaño amoroso doloroso, temerá empezar otra relación por la misma razón. Aunque en el momento de temor no recuerde su desengaño, éste está ahí, en el superyo, condicionando al yo en su decisión. Y esta es, según Freud, la causa de todas las fobias que afectan a personas adultas, por curioso que parezca.
-¿Y como se soluciona, profesor?
-En tu caso, que no es muy serio -relativamente-, ya sabes por qué temes mantener una relación con un chico. Ahora solo hace falta que intentes desvincularte de aquella experiencia que te ocurrió en tu pasado, para que no siga afectando, consciente o incoscientemente, a tus decisiones. En casos más graves, como fobias, se debe consultar a un especialista.
-¿Y esto está demostrado?
- Como ya te he explicado muchas veces, Sofía, esta es una manera de explicar la mente humana, como muchas otras. Aunque, bajo mi punto de vista, esta es de las más acertadas.
-Haré lo que me has dicho. ¡Gracias!
miércoles, 16 de enero de 2013
jueves, 10 de enero de 2013
La droga
-Profesor, ¿cuan malas son las drogas?
-"Hace dieciseis años la probé. Estaba en una fiesta con unos amigos. 'No es mala, pruébala', me decían. Y yo, inconsciente de mí, la probé. En poco tiempo comencé a sentirme eufórico, repleto de energía. Sentía que podía comerme el mundo si quisiese. Bailé como el que más, canté como el que más y salté como el que más. Tras un par de horas de descontrol, me dio un bajonazo, que achaqué a que la fiesta había terminado. No le di mayor importancia, y me fui a casa.
EL fin de semana siguiente volvimos a salir, y pedí a mis amigos más de lo que me dieron en la otra fiesta. Y así, fin de semana tras fin de semana, tomaba una dosis de aquello.
Tras un par de meses, comencé a sentir la necesidad de tomarlo entre semana. No le di mayor importancia y comencé a tomarlo con mayor frecuencia: dos veces a la semana, tres. Una vez al día. Dos.
Cuando no tenía dinero para comprar se lo pedía a mi madre, y cuando comenzó a sospechar, se lo robaba. Vendí mis joyas -y las suyas-, y mis objetos mas valiosos, para disponer del dinero necesario para comprar aquello que me estaba destrozando la vida irrefrenablemente.
Noté que me iba degenerando con el paso de los años. Llegué a pegar a mis padres para que me diesen dinero, de lo cual me arrepiento, aunque ya sea tarde para decírselo. Por aquel entonces yo ya contaba 20 años.
Hoy tengo 30, y acabo de salir de un centro de desintoxicación, tras cinco años luchando contra la cocaína, a base de sufrimiento. Ahora, totalmente rehabilitado, quiero compartir mi historia, para evitar que otros jóvenes puedan sufrir las consecuencias de las drogas."
Obviamente esto es una historia ficticia, pero perfectamente podría ser la contada por un toxicómano, muchos de los cuales se dan cuenta demasiado tarde como para remediarlo. No hagas que esta historia se convierta en tu historia, Sofía.
-"Hace dieciseis años la probé. Estaba en una fiesta con unos amigos. 'No es mala, pruébala', me decían. Y yo, inconsciente de mí, la probé. En poco tiempo comencé a sentirme eufórico, repleto de energía. Sentía que podía comerme el mundo si quisiese. Bailé como el que más, canté como el que más y salté como el que más. Tras un par de horas de descontrol, me dio un bajonazo, que achaqué a que la fiesta había terminado. No le di mayor importancia, y me fui a casa.
EL fin de semana siguiente volvimos a salir, y pedí a mis amigos más de lo que me dieron en la otra fiesta. Y así, fin de semana tras fin de semana, tomaba una dosis de aquello.
Tras un par de meses, comencé a sentir la necesidad de tomarlo entre semana. No le di mayor importancia y comencé a tomarlo con mayor frecuencia: dos veces a la semana, tres. Una vez al día. Dos.
Cuando no tenía dinero para comprar se lo pedía a mi madre, y cuando comenzó a sospechar, se lo robaba. Vendí mis joyas -y las suyas-, y mis objetos mas valiosos, para disponer del dinero necesario para comprar aquello que me estaba destrozando la vida irrefrenablemente.
Noté que me iba degenerando con el paso de los años. Llegué a pegar a mis padres para que me diesen dinero, de lo cual me arrepiento, aunque ya sea tarde para decírselo. Por aquel entonces yo ya contaba 20 años.
Hoy tengo 30, y acabo de salir de un centro de desintoxicación, tras cinco años luchando contra la cocaína, a base de sufrimiento. Ahora, totalmente rehabilitado, quiero compartir mi historia, para evitar que otros jóvenes puedan sufrir las consecuencias de las drogas."
Obviamente esto es una historia ficticia, pero perfectamente podría ser la contada por un toxicómano, muchos de los cuales se dan cuenta demasiado tarde como para remediarlo. No hagas que esta historia se convierta en tu historia, Sofía.
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